martes, 18 de enero de 2011

Capitulo III




-¿Se puede saber qué coño te pasa a ti?

-¡Que no te aguanto eso es lo que me pasa! No entiendo como he podido estar aquí tanto tiempo.

-Perdonad.- introdujo Víctor.

-¡Vete a tomar por el culo Diego! No sé ni por qué me preocupé en arreglar esto.

-¡Eh!

-Tú tranquila, que no volverás a tener que pasar por esto nunca más.-

Dicho esto, Diego echó el puño hacia atrás en un amago de asestar un puñetazo a la chica con la que estaba discutiendo tan acaloradamente. En los ojos de la mujer se podía apreciar un miedo incalculable. Mientras Víctor veía a un energúmeno de dos metros diez, con una ropa tan ceñida que dudaba si era capaz de correr la circulación por su cuerpo y unos músculos que contaban con músculos propios, ella parecía estar viendo a un verdadero diablo. Un ser gigantesco se iba a lanzar sobre ella y no tenia absolutamente nada con lo que defenderse. Solo se dedicó a cerrar los ojos, encogerse de hombros y esperar que el golpe la dejara inconsciente antes de sentir dolor alguno.

-¡EH!

Víctor se abalanzó con un ágil salto a agarrar el brazo de ese animal con nombre de persona. Afortunadamente, su intervención consiguió desviar el brutal golpe que recibiría la chica, pero él acabó volando un par de metros gracias a la fuerza del brazo armado del agresor. Un par de segundos más tarde, Cuando se dio cuenta de lo sucedido, Diego se lanzó hacia Víctor como si toda la culpa de sus males, hasta de los suspensos de primaria, la tuviera él. Le cogió de la pechera de la camisa y le elevó unos centímetros del suelo como si del envoltorio de una chocolatina se tratara.

-¿Y tú de donde cojones has salido? ¿Quieres correr la misma suerte que iba a correr ella?

Víctor sabía lo que le esperaba: Un puñado de hostias en la cara que no podría esquivar. Nunca se pegó con nadie y menos con alguien de tal magnitud. Pero debía conservar su postura.

- Por lo menos ten huevos y metete con un hombre y no con una persona que no ocupa ni la mitad que tú.

Dicho y hecho. Los ojos del depredador se encendieron de un rojo tan intenso que eran capaces de dar calor y comenzó a soltar una lluvia de golpes incapaz de apreciarse a simple vista. Tenía la velocidad de un personaje de comic japonés.

-¡Basta! ¡Lo vas a matar!

La joven trató de lanzarse sobré la espalda de Diego pero sin mucho éxito. Solo le bastó soltar un codo hacía atrás para deshacerse de ella y hacerla rodar por el verde césped. Con una mirada de terror a la vez que de odio, la pareja de Diego salió corriendo y se adentró en la zona más frondosa de “el bosque”. Una zona arbolada por la cual apenas podía entrar un rayo de sol. Una oscura extensión de altas copas que también se podía considerar el límite natural de la bonita zona ajardinada del hotel. Al ver esto, Diego soltó al joven dejando que este cayera al suelo medio extenuado y descolocado. Tenía la cara hinchada como si un enjambre de abejas se hubiera dado un festín con su cara.

-No eres más que otro ridículo al que han engañando para venir hasta aquí.- repuso Diego entre inspiraciones con una voz que todavía rebosaba ira. –Por cierto, ese criajo llorica no es nuestro puedes quedártelo si quieres.

Dicho esto, El gigante desapareció entre la maleza tratando de alcanzar a quien algún día debió de ser su amada. No había un hueso en el cuerpo de Víctor que no se resintiera al moverse. Ojala y la cara fuera capaz de sentir algo.

-Creo que ya he llamado bastante la atención.- cantó una pequeña voz en la lejanía.

Con sus ojos entrecerrados pudo ver una pequeña mano. Estaba llena de barro y era pequeña y frágil como la de un muñeco de juguete. Estaba ofreciéndole ayuda para levantarse. Cuando sus ojos volvieron a ajustarse a la luz del sol y volvieron a hacer foco, pudo ver a la persona que le estaba tendiendo la mano. Era aquel crío que antes oía llorar desde la ventana de su habitación. Había dejado de llorar, se había levantado y había ido en auxilio de Víctor.

-¿Qué tal te encuentras pequeño?

Silencio.

-¿Dónde están tus padres?

Silencio. Bajó la mano y se quedó de pié mirando a Víctor fijamente.

-Anda y vamos a la enfermería a que nos miren todos estos destrozos.

Acto seguido los dos comenzaron a andar magullados, heridos, como unos soldados que vuelven al campamento después de la batalla. Al entrar en el hall todos aquellos que estaban allí no pudieron evitar mirarles. Uno con una cara que parecía más la luna del viaje de melies y otro con las piernas peladas y hierba y barro en sus extremidades y cara.

-¡Cielo santo! ¿Cómo os habéis hecho esto muchachos?

La enfermera del hotel no podía salir de su asombro. Alguna que otra vez había tenido que atender dolores de cabeza, contracturas en la espalda, o cosas de pequeña índole. Pero cuando vio el rostro de Víctor no supo ni por donde empezar.

-Sentaos aquí por favor.- Dijo señalando la camilla. -¿Puedes explicarme que ha pasado hijo?

-Meterte en asuntos que no son de tu jurisdicción traen estas consecuencias enfermera.

-Entiendo. Espera un momento te traeré algo para bajar la hinchazón.

Mientras la enfermera rebuscaba en su caja de medicamentos, ungüentos y elementos de brujería, Víctor aprovechó para dedicar una mirada de atención al pequeño acompañante. Estaba a su lado sentado mirando al horizonte y moviendo las piernas que le colgaban de la camilla. Cuando este le miró, le dedicó una sonrisa. Le faltaban dos dientes que mas tarde buscó con la lengua y escupió en su mano.

-¿Esto tiene arreglo enfermera?

-Si claro. Si reúnes más puedes hacerte un precioso collar. Creo que vamos a tener que hacerte un apaño o si no tendrás que pasar el resto de la estancia sorbiendo en puré las albóndigas.

No sonrió a la enfermera por vergüenza.

Los dos soldados salieron de la enfermería ataviados con sus heridas curadas y tiritas de fantasía en los arañazos. El pequeño comenzó a tirar de la camiseta de Víctor en un ademán de llamar su atención.

-¿Qué te pasa pequeño?

El aspirante a hombre se frotó el estomago.

-¿Tienes hambre? A ver si comiendo algo te tiro también de la lengua.

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