martes, 25 de enero de 2011

Capítulo IV


-¿Te duele mucho la herida?

El pequeño acompañante negó con una sonrisa.

-Entonces te echo una carrera. Preparado, listo…- Los dos se pararon en una de las líneas que formaban los baldosines del suelo a modo de línea de salida. Había competitividad en las miradas que cruzaron antes de salir a la carrera por los pasillos del hotel.

-¡YA!

Los dos salieron corriendo como una exhalación. Obviamente, el pequeño llevaba la delantera. Los inquilinos del hotel no hacían más que quejarse al paso de ellos. Zigzaguearon por los pasillos que llevaban al gimnasio, la biblioteca, el recibidor y, finalmente, un par de giros mas hacia la izquierda,  dieron con la puerta del bar cafetería.

Pararon durante unos segundos delante de la puerta. Víctor estaba extasiado y tratando de llenar de aire sus pulmones mientras su nuevo amigo se reía y regodeaba de su cómoda y amplia victoria. << Debo de estar haciéndome mayor>> pensó.
El bar cafetería era, con diferencia y a salvo del bosque, la habitación más grande del hotel. Al entrar, lo primero con lo que se toparon fue con una sala grande, vestida de madera al más puro estilo western. A la derecha de la puerta, una larga barra con un camarero que vestía un largo bigote moreno. Al final de la barra, se encontraba otra zona donde había una mesa de billar americano y un gran piano de cola, en ese momento sin nadie que lo tocara. Justo en frente de la barra se encontraban las mesas, un buen numero de ellas, vacías salvo por un par de hombres que charlaban acaloradamente y una pareja cuyas miradas se proyectaban al infinito buscando una conversación interesante que iniciar. Víctor se acercó al camarero.

-Buenas tardes.- Inició.-Mi compañero y yo estamos hambrientos ¿Qué nos puede ofrecer?

El camarero, que en ese momento estaba limpiando un vaso como todo buen camarero de “saloon” se asomó por encima de la barra tratando de ver de qué compañero se trataba.

-Creo que estaréis más cómodos en la sala de al lado.-sugirió el camarero.

Al entrar por la puerta que encontraron al fondo de la sala, dieron con el gran comedor del hotel. Mesas allí donde ponías la mirada, cantidad de camareros que andaban a una buena velocidad y el murmullo de conversación característico de cualquier lugar. En cuanto pasaron la puerta, el pequeño salió corriendo a través de uno de los pasillos y Víctor detrás de él tratando de alcanzarle. Tras un par de miradas a izquierda y derecha, le encontró en una de las mesas del fondo ya sentado. La mesa parecía ser una de las mejores del restaurante: bastante espaciosa, lejos del resto de mesas y una ventana justo al lado que daba una bonita y verde vista de la mullida pradera de “el bosque”.

-Hola Huguito ¿Cómo ha ido el día? ¿Ya tienes nuevo amiguito?

Su pelo era largo y moreno recogido en una coleta. Sus ojos gozaban de tal profundidad que hacían sumergirte en un océano cuando los mirabas. Las pestañas que los rodeaban fustigaban el aire al pestañear. Su nariz, pequeña y redondeada, parecían guiar la mirada hasta unos labios carnosos que escondían la más dulce de las sonrisas.

-Hola Víctor, bienvenido a la cafetería.

El cuerpo de Víctor se estremeció al escuchar salir de los labios de la joven su nombre. Una descarga eléctrica que le hizo despertar de la hipnosis que habían causado sus ojos.

-Así que el nombre de este pequeño gamberro es Hugo.-Comenzó.

-Eso es. Ya no recuerdo cuanto tiempo lleva con nosotros en el hotel. Vino aquí con alguien pero él se quedó. Ninguno de nosotros hemos sido capaz de averiguar si se quedó por voluntad o alguien lo dejo olvidado… o abandonado.

-¿Nunca le habéis preguntado?

- Como ya has podido comprobar, es un muchacho de pocas palabras. Mi nombre es Sandra, soy camarera del hotel existencia.- Su voz inspiraba tranquilidad, calor y confianza.

- Bueno, no hace falta que diga el mío parece que ya lo conoces…

-Todos los miembros que trabajamos en el hotel lo sabemos.

-Entonces quizá tú seas capaz de decirme por qué estoy aquí y por se conoce tanto de mi vida en este lugar. La mirada de Víctor se tornó seria y su voz seca.

-Jajajaja. No creas que es tan fácil Víctor. No todos gozamos de tanta información ¿Crees que una simple camarera como yo es capaz de saberlo? Y da gracias a que conozco tu nombre. Si no fuera por esto…

Con cara de inocencia Sandra mostró la mano. Aparecía el nombre de Víctor apuntado con bolígrafo en su palma. Al menos la parte que no se había borrado por el sudor.

-¿Te crees que me acuerdo de todos los nombres de los inquilinos?- Esbozó una sonrisa mitad vergüenza, mitad broma.

Víctor trató de sonreír a la broma de la chica. Justo en el momento que se dio cuenta de que le faltaban los dientes que perdió en la pelea. Prefirió arquear un poco el labio.

-Bueno Hugo tu querrás lo de siempre supongo.

Hugo asintió contento.

-¿Y usted gentil caballero?- Bromeó.

-Tomaré un helado de vainilla y galleta.

-Buena elección, en un instante estoy aquí. Y sonríe un poco, seguro que hay un gran hombre detrás de esa cara de alcaparra.

Hugo comenzó a reírse como si le hubieran contado su chiste favorito. El ceño de Víctor se frunció a una velocidad espasmódica.

-Hasta su culo es perfecto.-Pensó mientras Sandra se dirigía a la cocina.

-Bueno Hugo, veo que eres un “hombrecillo” de pocas palabras ¿Es que te ha comido la lengua el gato?

Hugo miraba por la ventana. Vista perdida en el horizonte.

-Venga anda  cuéntame algo. Si lo haces, te invitare a doble ración de lo que tú quieras. Hugo ni se inmutó. Aquello que Víctor le ofrecía ya lo tenía todos los días.

De pronto, como si una bombilla hubiera aparecido sobre su cabeza, Hugo abrió los ojos. Había recordado algo. De un salto bajó de la silla y comenzó a correr por el pasillo del comedor. Víctor, mirando a todos los lados sin saber bien que hacer, decidió salir detrás de el. Todavía no era capaz de asimilar que el hotel era para el niño su hogar y corría a sus anchas por el.

Cuando le alcanzó estaba en mitad de la pradera mirando al suelo. Era la cometa que antes estaba tratando de elevar en el aire. Hugo miró dubitativamente a Víctor, se agachó y agarró el extremo de la cometa poniéndosela a Víctor en la mano.

-¿Quieres que la haga volar?

Hugo asintió.

Nunca había hecho volar una cometa pero no debería de ser muy difícil. Estiró la cuerda por el suelo, cogió impulso, y Víctor se lanzó a la carrera con la cometa persiguiéndole detrás.

La cometa comenzó a elevarse.

Hugo sonreía y saltaba tratando de alcanzarla. Víctor, corriendo de espaldas, veía como la cometa iba alzándose sobre el suelo. Un metro, dos, tres…
Hasta que tropezó con una piedra. La misma que había hecho tropezar a Hugo horas antes. No se hizo ninguna herida, pero las dos vueltas que dio por el suelo ya se las había llevado.

-¡Hugo!- gritó una voz al fondo. Al oírlo, Hugo salió corriendo hacia la puerta de entrada. Era una mujer de unos cuarenta, parecía una asistenta del hotel.
 -Vamos que tienes que bañarte. Estas hecho un guarro ¿Y esa herida?

La mujer cogió en brazos a Hugo mientras este, con su mano pequeña y frágil, se despedía de su nuevo amigo. Víctor se quedó tirado en el suelo un rato, mirando el cielo despejado de un extremo a otro. Tenía que volver a ubicarse un poco. Y pensar que hacer con esos dos dientes que le faltaban.

Era hora de volver a la habitación.

Víctor se levantó, se sacudió el polvo y comenzó a andar hacia la puerta de entrada, sin advertir que alguien le había estado observando en todo momento desde una de las ventanas del comedor.

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