lunes, 31 de enero de 2011

Capítulo V



El agua salía demasiado caliente como para meterse de golpe. Echó un poco más de agua fría y cuando se hubo templado, Víctor se metió en la bañera dispuesto a descansar un rato. No había sido un día fácil. En su mente comenzó a hacer un recuento de todo lo que había sucedido desde su llegada al hotel: La incómoda sensación que era saber que todo el mundo te conocía, las fotos de la habitación, su encuentro con Hugo, la charla con el señor Gustavo,  su pelea con ese animal de Diego…

Y como no de aquella camarera… ¿Cómo se llamaba? ¿Sandra?

Quizá no recordara su nombre pero el olor de su perfume volvió a hacerse latente en su nariz. El dulce aroma que dejó al marcharse por el pasillo del restaurante hizo viajar a Víctor por sus sentidos haciéndole recordar el tacto del algodón.

Pero aun seguía sin saber qué hacía allí.

Tumbado sobre la cama, con la luz del televisor parpadeando como única iluminación de la habitación, recorría todas las fotografías con su vista, una a una. Le hacía gracia una de ellas. Esa en la que estaba con sus compañeros del orfanato.

Aquel invierno fue el único que nevó en lo que Víctor llevaba de vida. Habían suspendido las clases y dejaron a todos los internos bajar al patio para jugar con la nieve. El y sus amigos hicieron el muñeco de nieve más grande de la residencia. Llevaba una gran bufanda morada de uno de sus compañeros, unas galletas como ojos, y una gran zanahoria a modo de nariz que la cocinera les había dado. Era la única foto en la que se le veía sonriendo. También había fotos con más gente, amigos, alguna que otra mujer. Pero nada.

Recostado sobre la derecha. Recostado sobre la izquierda. Encogido. Estirado. Ninguna posición era cómoda para conciliar el sueño. La cabeza no paraba de dar vueltas una y otra vez sobre los mismos temas. Necesitaba olvidar por un momento todo eso si quería descansar en algún momento de la noche ¿y qué mejor somnífero hay que una buena borrachera?

El bar seguía igual que cuando lo había visto. Incluso el camarero seguía limpiando un vaso, probablemente el mismo de esa tarde. Había una persona sentada al piano. La música era melodiosa y melancólica. Un pequeño paréntesis en el silencio para sentarse a pensar. El ambiente era tenue y las mesas estaban todas ocupadas. No había ninguna que estuviera ocupada por más de dos personas. No había humo en la sala porque no estaba permitido fumar pero solo bastaba eso para ser una escena dramática de una película cualquiera. Y como en cualquier película, el protagonista encuentra a alguien en el bar con quien hablar y desahogar sus penas.

-Buenas noches don Víctor ¿Problemas de sueño?

La voz provenía de una de las mesas del fondo. La silueta dibujaba a un hombre alto y delgado. Poco a poco, tratando de mantener el misterio, el joven comenzó a acercarse descifrando nuevas partes de la silueta del hombre misterioso.

-No te hagas tanto el interesante. Sabes que has bajado buscando esto.

-No lo pongo en duda señor Gustavo.- Víctor se sentó en una silla frente a él. Se dio 
media vuelta para pedir algo al camarero pero prefirió esperar y hacer un experimento.

-Bueno pues entonces puedes empezar a hablar cuando quieras.- La copa de Gustavo era ancha y redondeada y estaba adornada con una rodaja de pepino. Un Gin Tonic.

-¿Conoce esa sensación que se tiene en el cuerpo de que le falta algo y haga lo que haga no consigue satisfacer ese deseo?

-¿Cómo que?

-No se, todo aquello que a nadie le debería de faltar. Como si algo básico de tu 
existencia te faltara.

-¿Has tenido amigos?

-Si.

-¿profesionalmente has tenido éxito?

-Nunca me ha faltado trabajo.

-¿Has conocido chicas?

-Claro.

-¿Y las has besado?

-Por supuesto.

-¿Y lo has deseado?

Silencio.

-Hay deseos que no se podrán cumplir por muy fuerte que cerremos los ojos don Gustavo.

Gustavo se acomodó en la silla en un ademán de acomodarse para escuchar. Víctor abrió la boca justo en el momento en el que el camarero se acercó a la mesa y sirvió un vaso con ron y hielo al joven. Era lo que siempre bebía.

-Yo estuve en ese orfanato desde que tengo uso de razón. Nunca he conocido el calor de un hogar, el olor de una pastelería en una tarde de domingo acompañado por mi abuelo, no  he enseñado a mi hermano pequeño a construir castillos en la arena. No tuve un padre que me lanzara por el aire. No podré contar como mi tío me llevaba a jugar a la pelota al parque y allí me hice mi primera brecha. Y como mi madre me abrazaba para que dejara de llorar. No fui un chico normal.- Dio un trago a su copa.

-¿A qué te refieres con normal?

-A tener lo que a nadie se le debería quitar.

-Todos tenemos carencias en nuestras vidas Víctor. Efectivamente, nosotros no podemos elegir como comenzaron nuestras vidas, pero si como queremos que continúen.

-¿Y como puedo avanzar si por mucho que me esfuerzo no puedo quitarme de la cabeza la idea de que no podré sentir la infancia que siempre quise tener? Es imposible volver a ser pequeño.

-Tu cuerpo no pero, ¿Y tu alma?

-Lo he intentado todo.

-¿Con ambición? ¿Creyendo en lo que haces?-La voz de Gustavo se tornó un tanto agresiva.-Es muy fácil lamentarse del pasado. De lo que nadie te dio y de cómo todo debería de haber sido de un modo u otro. Decir que has tenido un pasado fatídico solo demuestra el miedo que tienes a enfrentarte al futuro ¿Acaso nunca tuviste amigos dentro y fuera del orfanato? Conseguir simplemente que te aguante alguien ya es un logro. Solo creyendo en lo que haces tendrás posibilidad de éxito y no porque es “lo que se debe hacer”. Nacemos sin nada, y de ti depende al menos morir vestido. Un beso es tal por el calor que se siente al darlo o al recibirlo no por lo húmedos que estén los labios ni el caché de su firma.

Cuando Gustavo terminó de hablar los ojos de Víctor mostraban la impotencia de Víctor. Cada lágrima de su rostro contaba un intento fallido de ser feliz. Su copa vacía la desesperación.

-Ahí si que no puede ayudarte nadie. Y si alguien puede hacerlo, primero has de demostrar que mereces esa ayuda.

Después de eso Gustavo se levantó, agarró su bastón y comenzó a andar. El silencio reino durante unos segundos sobre la sala. El tiempo justo que tomó el pianista para cambiar de partitura. Víctor seguía mirando la silla donde estaba sentado su acompañante tratando de evitar que salieran más lágrimas.

-Valora lo que tienes amigo. Nunca dejes de apreciar la sonrisa de alguien, pues nadie está obligado a regalártela.- Gustavo desapareció de la sala.

Mientras volvía a su habitación, Víctor se dio cuenta de la razón que había en las palabras de su escritor ¿Realmente se dio cuenta alguna vez de lo que había conseguido? Nunca se había parado a pensar en el trabajo y el esfuerzo que le había costado llegar hasta donde estaba y de que eso es un ejemplo de lucha. El hecho de haber estado en un centro y recibir una educación ya fue el principio de una segunda oportunidad que tampoco había sido capaz de disfrutar ni valorar.

Pero no ocurrirá una tercera vez.

Tumbado en la cama, armado de valor, Comenzó a cerrar los ojos deseando que amaneciera.

Y empezar por arreglar sus dientes para poder sonreír.

0 comentarios:

Publicar un comentario