lunes, 20 de diciembre de 2010

Capitulo I


Las puertas del hotel eran enormes. Una vez hubo llegado a ponerse delante de ellas, Víctor tuvo que levantar demasiado el cuello para poder darse cuenta de que era incapaz de ver donde acababan. Estaba todo rodeado de una espesura verde intensa y mullida, se respiraba un aire lleno de frescor y libertad. Unas pequeñas escaleras daban acceso a las puertas principales del hotel, resguardadas por un porche de color blanco y dos personas encargadas de recibir a todo aquel que fuera a hospedarse allí. Solo se divisaba azul y verde en el horizonte, pero ni siquiera el color y el olor a hierba fresca arrancaban una sonrisa a el joven.

Su edad, media, su complexión física, normal, su equipaje, su espíritu.

-Bienvenido señor Víctor.- dijo amablemente uno de los botones mientras abría las enormes puertas dándole acceso a el recibidor.

¿Cómo sabe mi nombre?

Al entrar a el recibidor sus ojos se abrieron de par en par, sorprendido, como si todo aquello no fuera normal.

El recibidor era sencillo: una gran mesa al frente, dedicada a la recepción del hotel, mesas camilla a izquierda y derecha con sofás para las esperas, prensa, televisión, Internet...
los colores eran marrones y crema. Tranquilos, armonicos.

-Es todo exactamente como lo había imaginado...

al acercarse al mostrador, el recepcionista le recibió con una amplia sonrisa.

-Buenas tardes señor Víctor, su habitación esta en la tercera planta. Espero que las vistas y el estado de la habitación sean de su agrado.

Dicho esto, el recepcionista le puso en la mano las llaves de su habitación. Víctor no podía dejar su asombro atrás. Dejó parte de su mirada en la recepción y el recepcionista mientras se dirigía a el ascensor. Pulsó el botón de la tercera planta. No podía dejar de mirar todo a su alrededor. Los pasillos, las puertas, la gente, todo era tal y como había podido esperarse antes de llegar. Metió la llave por la cerradura y un clic abrió la puerta a lo que sería su universo.

Sus películas favoritas, toda la música que desde pequeño escuchaba y había deseado escuchar, una bañera llena de aceites aromáticos y espacio suficiente para tumbarse y una cama para dos, blanda y cálida fue lo que mas le llamó la atención. Lo primero que hizo fue tumbarse y mirar hacia el alto y blanco techo de la habitación.

-He venido solo.

Junto a el gran televisor, una mesa plagada de marcos con fotografías. Allí se encontraban todos sus amigos. Todas aquellas fotografías inmortalizaban todos momentos de su vida: Sus salidas de juerga, sus logros en los deportes, las interminables horas de charla con la gente de su entorno, su primer beso, su primera decepción, sus compañeros de empresa. Incluso los jefes cabrones que tantos quebraderos de cabeza le habían dado estaban allí. Cuando reconoció las fotografías saltó de un respingo de la cama y se acercó para revisar una a una toda esa cantidad de recuerdos más de cerca. No recordaba que en ningún momento esas fotos hubieran sido tomadas. Sus ojos comenzaron a brillar y a acristalarse en un burdo intento por derramar una lagrima. Su visión comenzaba a volverse borrosa y por su cabeza pasaron todas sus hazañas como si de un tren de alta velocidad se tratara. Un suspiro y un sonido ahogado fue lo único que su corazón fue capaz de decir.

-¡Mas alto, mas alto!

Era una voz infantil. Cuando la escuchó, Víctor se asomó por la ventana para ver de donde provenía. Su ventana daba a la parte trasera del hotel. Una gran marea verde de valle rodeada de un bosque denso y de tonalidad mas oscura.

-¡Sube! ¡Quiero llegar hasta el cielo!

El origen de la voz era efectivamente de un niño. Estaba allí abajo junto a sus dos padres. Unos padres que a simple vista parecían ignorar y desatender a su hijo. No tendría mas de seis o siete años, pelo negro y ojos grandes y redondos. Estaba corriendo por todo el valle con una cometa atada a un hilo. La cometa era incapaz de levantar el vuelo. En una de esas carreras, el pie del pequeño tropezó con una piedra y cayó al suelo. Fueron pocos los segundos que tardó en echarse a llorar y recoger su rodilla entre sus brazos tratando de llamar la atención de unos padres que estaban espaldas a el y no mostraron ningún interés en preocuparse por el.

Rápidamente, como guiado por un impulso, Víctor recogió las llaves de sus habitación y se dispuso a bajar hacia la zona verde.

No sin antes echar un ultimo vistazo a las fotografías.




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